No eran las cinco de la tarde. No eran las cinco en punto de la tarde y un ministro trajo su ideología a cuestas cuando no eran aún las cinco de la tarde. Una ideología a la que le dan igual los ciudadanos, porque el Gobierno de España hace tiempo que mira por unos pocos en vez de por todo los votantes –los que les votaron y los que no–, que es el principio elemental de cualquier democracia.

A Ernest Urtasun no le gustan los toros, ni Bergamín, ni Lorca, ni Alberti, ni Miguel Hernández, ni mucho menos Juncal, tampoco Paco Rabal, Goya, Manolete o Joselito el Gallo, monarca de los toreros. Por eso le puso la sábana blanca, como a un cadáver después de apuñalar por la espalda, al Premio Nacional de Tauromaquia.

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en el Salón de Plenos del Congreso de los Diputados, en una imagen de archivo.

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en el Salón de Plenos del Congreso de los Diputados, en una imagen de archivo. Víctor Núñez Efe

España será una, nada de plural y diversa, sino la que diga. Y es curioso que anunciara la supresión del galardón el día de la libertad de prensa, porque en España los medios de momento serán libres, pero la cultura ya es otra historia.

La cultura tiene que ser lo que diga el Ministerio, y prietas las filas. Aunque la ley les obligue a preservar y apoyar la tauromaquia y la riqueza que la rodean, aquí se hace lo que dice Urtasun, y se acabó.

Diría que al ministro le molesta España, no los toros. Por eso se ha propuesto, desde que tiene cartera, que es como se sienten poderosos los mediocres, arrancar el pasado de España en América. Es decir, a Cristóbal Colón, que es una extremidad patria, y la tauromaquia es su mano izquierda. ¡Quien quiera ver toros que se vaya al Museo del Prado hasta que se entere Urtasun y venda los Goya de saldo!

Y lo que no entendieron nunca los que nos gobiernan es que pueden suprimir ayudas, cancelar premios, incluso prohibir –si tuvieran valor– la tauromaquia. Lo que no conseguirán es que cambie eso de que el pueblo abarrote una plaza y lleve a hombros a un torero del ruedo a la eternidad.

El toreo molesta en España porque no es un animal únicamente lo que se lidia, sino la verdad. En un país que ha escogido la mentira y las verdades a medias como herramienta política, una corrida de toros sigue siendo una representación cristalina de aquello que no tiene trampa ni cartón. Y eso no se puede tolerar. “Lo demás era muerte y sólo muerte”.

Y yo lloro por Ernest Urtasun, como Federico lloraba por su amigo Ignacio Sánchez Mejías, porque con su sectarismo el toro le ha cogido él. Con su sectarismo sólo le ha hecho a la Maestranza y a las Ventas la mejor campaña de marketing que podían imaginar. Porque hay más cultura en un pase de pecho que en todo el Ministerio del señor Urtasun.

Ya luchan la cordura y la ideología, habría escrito hoy Lorca. Porque Urtasun no es un ministro, más bien un maletilla que saltó al ruedo en las últimas generales para tratar de llamar la atención, aunque sea a costa de romper la concordia que supusieron siempre los toros en España. Había tipos a los que les gustaba y otros a los que no, y ambos convivían en paz.

Hoy, el ministerio prefiere que quede claro que hay buenos y hay malos. En tiempos de zozobra no queda más que volver a Sabina, que es una biblia de nuestra modernidad: "El que no quiera ir a los toros, que no vaya. Pero que no me hablen de ecología, ni de amor a los animales, porque no conozco a nadie que los ame más que los ganaderos y los toreros… Hay muchísima ignorancia entre los antitaurinos".

No eran siquiera las diez de la mañana en todos los relojes y Urtasun ya le estaba dando la razón a Sabina.